miércoles, 27 de abril de 2016

HOTEL PRINTANIA y OTROS POEMAS / Mito Tumi




PERDER LA BRUJULA

 Oscuras tardes que dispongo
para extraviarme en los cinematógrafos,
en las esquinas, y desechar la utopía
mientras reviso mis instrucciones
la bitácora y anoto en mi cuaderno
palabras que siempre se repiten, horóscopos,
exactas vigilias que son como el destierro
-son el destierro- o un charco de ceniza.
Y no conviene que escriba estas cosas,
que todo sea registro de lo perdido,
pasto de la tristeza. Anoto, sin embargo,
palabras que siempre se repiten, mares interiores
donde se ahogan los días y sus quehaceres
y la costumbre de viajar en los autobuses
mientras, perdido, atravieso el cristal de las noches.

 

HOTEL PRINTANIA
Lo mejor será escribir que ahora ya soy libre.
Los momentos perfectos fueron tan inútiles
como las sílabas torpes que ha escrito mi mano
o la imagen del último paseo junto a la dársena.
El tren parte en sesenta minutos. Ningún indicio,
nada empaña la transparencia de mi conocimiento.
Sobre qué ciudad, bajo que párpados ocultarme,
ahora que soy libre y un instante se parece a otro.
A repetir bajo otro cielo la misma imperfección
de los días, la vanidad de mi aliento y de mi sombra,
a reconocer en la grata humedad del vino y del amor
lo efímero de la ola sobre la escollera.
La noche avanza sobre la estación y yo debo partir.
Nada ni nadie testimonia mi existencia Soy libre:
no me queda ninguna razón para vivir.

 
AND NE FORHTEDON NÄ
Te imagino así bajo la sosegada hierba de Ginebra.
Pálido y solitario en la esperada sombra
La mirada perdida en la rutina del polvo
Quieto el corazón en la singladura de los astros.
Tus manos abarcan ahora los territorios de la noche
El conquistado dominio de los cipreses
Y en el vértigo que sucede a la penumbra
se impone el fulgor de apagados cristales
donde no brilla el furioso esplendor de tu voz.
Así te imagino bajo la sosegada hierba de Ginebra:
la boca cerrada, y ya sin palabras el universo.

                                                          Pekín, 1994

 



 
 
 


Carlos Orellana
POEMAS INEDITOS


ESTOS DIAS
Solo falta escuchar a una orquesta de cerdos
Tocar una vieja canción de rameras.                       
Era de la Imbecilidad.
Refugiarse en Filosofía y/o Poesía,
Es como guarecerse en una cueva
De innombrable tristeza.
Algunas heridas del combate cierran
Otras permanecen abiertas,
Desarrollan un ojo cruel,
Que parece desafiar al tiempo
Y a lo humano desde su redondez
Hedionda y lacerante.
Todas las noches anuncian el diluvio.
Pero he desistido de construir un arca.
Tan solo me refugio
En mi secreto corazón
Que arde
Como un sol tras la ventisca.

CAFÉ DE LETRAS
Es la desventaja de los años:
Los muertos empiezan a buscarnos
Con insolente familiaridad.
Son invisibles para todos, menos para nosotros.
Les interesa poco nuestro sobresalto,
Nuestra angustia, la pequeñez de nuestras vidas 
Encapsuladas en lo real.
Y es incómodo
Sentarse en los cafés a conversar
De los viejos poetas sanmarquinos
-Delgado, Bendezú, Sologuren-,
Evocarlos en el humo del cigarrillo y la cátedra,
Entre la poesía y la perfecta muerte de los días.
Los jóvenes poetas nos miran con respeto                    
Como a sobrevivientes de una guerra que no fue,
Guerra del tiempo que perdimos,
Alta sombra que sigue devorándonos.
 
La ciudad universitaria de San Marcos es
Un osario de aves vivas y celestes.

IKKYU SOJUN
Supongo que aquí y ahora,
No serías un ejemplo para nadie,
Ikkyu Sojun.
Alguien que practica y recorre
El Óctuplo Sendero,
No puede visitar tabernas,
Mezclarse
Con prostitutas o desear
Los manjares de la mesa.
Y tú lo haces
Y mientes
Y ríes
De modo descarado.                                                                                   
Pero siempre estuviste en el camino.
Comprendes, entonces,
Mejor que otros  el Zen.
En una época de espadas,
Fuiste hombre de paz,
Y fuiste hombre de amor.
Ja, te enamoraste de una cantante ciega
A la que llevabas 50 años.                                                                               
¡Eres admirable, poeta!
Lo es quien escribe:
Hablar de Zen es fácil. Yo cerraré la boca
Y me daré al amor el día entero

CONSTANTINO KAVAFIS
El joven  y atildado caballero de modales y expresión educados,
Que vive en el 10 de la Rue Lepsius,
Y que pasea su ocio por escaparates y tabernas
De una monótona Alejandría,
Aparenta ser solo un hijo de buena familia
Excelentemente colocado en la Administración Pública.
Pero es un poeta y gusta de amores equívocos
Y furtivos, de los que deja huella
En delicados poemas
Que leemos sin escándalo,
Quienes amamos la belleza de las palabras
Que dicta el estro y la pasión.