PERDER LA BRUJULA
en las esquinas, y desechar la utopía
mientras reviso mis instrucciones
la bitácora y anoto en mi cuaderno
palabras que siempre se repiten, horóscopos,
exactas vigilias que son como el destierro
-son el destierro- o un charco de ceniza.
Y no conviene que escriba estas cosas,
que todo sea registro de lo perdido,
pasto de la tristeza. Anoto, sin embargo,
palabras que siempre se repiten, mares interiores
donde se ahogan los días y sus quehaceres
y la costumbre de viajar en los autobuses
mientras, perdido, atravieso el cristal de las noches.
Lo mejor será
escribir que ahora ya soy libre.
Los momentos
perfectos fueron tan inútilescomo las sílabas torpes que ha escrito mi mano
o la imagen del último paseo junto a la dársena.
El tren parte en sesenta minutos. Ningún indicio,
nada empaña la transparencia de mi conocimiento.
Sobre qué ciudad, bajo que párpados ocultarme,
ahora que soy libre y un instante se parece a otro.
A repetir bajo otro cielo la misma imperfección
de los días, la vanidad de mi aliento y de mi sombra,
a reconocer en la grata humedad del vino y del amor
lo efímero de la ola sobre la escollera.
La noche avanza sobre la estación y yo debo partir.
Nada ni nadie testimonia mi existencia Soy libre:
no me queda ninguna razón para vivir.
Te imagino así
bajo la sosegada hierba de Ginebra.
Pálido y
solitario en la esperada sombraLa mirada perdida en la rutina del polvo
Quieto el corazón en la singladura de los astros.
Tus manos abarcan ahora los territorios de la noche
El conquistado dominio de los cipreses
Y en el vértigo que sucede a la penumbra
se impone el fulgor de apagados cristales
donde no
brilla el furioso esplendor de tu voz.
Así te imagino
bajo la sosegada hierba de Ginebra:la boca cerrada, y ya sin palabras el universo.
Pekín, 1994