viernes, 23 de febrero de 2007

CARLOS ORELLANA (EL CALLAO, 1950) Primera Entrega

LA CIUDAD VA A ESTALLAR, FLORA...
Para Edgar O'Hara
La ciudad va a estallar, Flora,
en medio de este tráfico infernal: ángeles
incendiando los edificios, bromeando
con los semáforos, convirtiendo a los autobuses
en paquidermos holgazanes.
Alguien ha colocado bombas de tiempo
en los grandes almacenes.
Han asesinado al Cardenal.
Se ha sublevado la tropa.
La temperatura ha alcanzado los 35 grados.
Han cerrado el Parlamento.
Descubierto al hombre más viejo del mundo.
Los angeles hacen sonar sus trompetas espantosamente
en la Vía Expresa.
Separaron a los siameses, Flora.
La inflación es otra bomba
de tiempo.
Ha renunciado el Primer Ministro.
El tigre de Bengala está prácticamente extinguido.
La ciudad va a estallar, Flora,
cierra los ojos, abrázame, no voltees
la cara por nada del mundo.

LAS OBRERAS DESFILAN
Las obreras desfilan
monótonas hacia los restaurantes
de comida barata. Desfilan
conversando de temas banales
-la longevidad de las medias
de lana-
mientras los obreros detienen
sus miradas sobre esas medias
de lana y conversan
de política y entonces sonríen.
Y yo,
caminando por estos suburbios,
ajeno a la rutina de las fábricas
me pregunto por el destino de la poesía
castellana.

AHORA PROVIENES DE SUAVES REFLUJOS...
El verdadero amor es una calma encendida
Guisseppe Ungaretti
Ahora provienes de suaves reflujos.
La tarde es un imán y tú,
te acercas sin desearlo;
más exactamente te sustraigo
de un reino de fotografías descoloridas
y llaves de otro tiempo.
Podrías ingresar por la ventana
con tus propias alas, sorprender
a las cortinas, podrías
aparecerte de pronto en la cocina:
sabría de ti por el tintineo de la loza,
el chorro de agua, tus pasos
medidos como los de una garza y a veces
esa simple risa que descubre tu contento,
mientras en una habitación cercana
sorbo el café instantáneo
frente a una máquina de escribir.
No hay flores en el sucio florero y yo sabría
de tu presencia por las rosas recién compradas.
Nadie tararea una canción que ahoga el ruido
de una ducha, ni hay mujer alguna que se parezca
a una rosa recién cortada.
Sabría que éstas aquí si solamente
se me acabaran el café y las ganas de escribir.
Pero no, no puedes ingresar por la ventana
como un gorrión.
¿Y si comprara rosas?
Para qué, ellas necesitan la compañía ferviente
de un rostro fresco que copie su alegría.

AÑOS EN QUE EL MIEDO ERA SOLO MOSTRAR...
Para José Luis Velásquez
Años en que el miedo era sólo mostrar
los dientes mientras el miedo dejaba por dentro
su cólera, su silencio, su herrumbe,
Entonces
cómo decir amor sin caer en el vacío, cómo
tomar los autobuses sin una nostalgia
prendida como una dalia o exclamar
frente a las iglesias una imprecación.
Y la poesía fue esa paciente ramera
con la que olvidamos el olor de las sábanas limpias,
el cielo de los domingos.
Su cuerpo fue la fresca orilla donde descansamos
todo el amor fatigado, envejecido
tan de repente.
Buscamos, entonces, el tiempo en los vasos,
en la babeante cerveza,
en astros de indescriptible volumen,
en soledades de plástico.
Crece ahora la marea de un torpe recuerdo,
los dientes careados no muestran el miedo,
apenas se caen como hojas otoñales.

RECUERDO
Tengo necesidad de llamarte cada vez que en la mañana
me levanto y desayuno,
abordo el movimiento del planeta
desde los periódicos sobre mi mesa,
riendo a veces por sobre el pan y el queso,
del ritmo de la historia.
Tomo tus recuerdos del viejo lado
de las necesidades primarias
como sentir tus nalgas sonriendo
y deambulando hacia la cocina,
tus palabras huecas y musicales,
tu lechosa presencia aventada por el amanecer.

POEMA
Quizá fueron los años que perdimos,
o la tristeza que ganamos.
Desde entonces un hueco en el pecho,
un vacío inconfesable, unas ganas
de escapar de uno mismo. De vivir
en otra vida algo distante o correr
a campo traviesa una mañana gritando
un nombre capaz de devolvernos a esa
lejana pureza
do habitábamos siervos
de una alegría desnuda como esa muchacha
que frente al sol y al mar
entera se refocila.

CRONICA DE JIMENA
En medio de la ciudad uno está solo.
De nada valen los ascensores, los llantos del teléfono,
las ventanas que dan a la avenida con sus rugientes
autobuses, el ruido
de las usinas hacia el mediodía. De nada valen los grandes
titulares
de los periódicos o las noticias menudas o los ríos
de voces que pasan
a tu lado insistiendo en el contacto.
Más allá de la ciudad el mar, el cielo de nada valen.
De nada vale el ruido del orbe, el trajinar de los cables
eléctricos,
la actividad de las cafeterías, la población de los cinemas,
las sirenas de policía, los comunicados urgentes, los
motines callejeros.
Frente al quirófano uno está solo, con su amor a cuestas,
herido, pleno
de garras.
Afuera, o nada existe o todo duerme.

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